Estamos en el cuartillo de ordenadores dentro de la sala de profes, como ha terminado el recreo vamos entrando y saliendo, los de guardia de patio, los que no tienen ahora clase, los que tienen guardia luego, … y todos se suman a la conversación que como versa sobre el baño de las chicas está más animada por las profesoras que por los profesores.
L. :
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“Es que no puede ser. Todo el recreo pendiente del baño, no puede ser, les digo que salgan y vayan a Jefatura de Estudios y me dicen que por qué, ¡como si no lo supieran!, ¡pero si estaba saliendo humo del baño!, oye Mª Eugenia, tú que sabes más de esto, ¿qué se puede hacer?
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M. E. :
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Nada
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L. :
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¿Nada?, o sea que estas mocosas se nos pueden reír en las narices y ya está.
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M. E. :
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Mujer, depende de cómo te lo tomes – he aprendido a lo largo de mis años de profesión que hay situaciones en las que a veces se puede y se debe intervenir, que hay otras muchas en las que no se puede y algunas en las que no se debe intervenir, hay que aceptarlo.
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L. :
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¡Cómo me lo voy a tomar! – estaba realmente indignada, Laura es una profesora joven de FOL (formación y orientación laboral, se da en Ciclos Formativos), coincidimos en la guardia de los jueves, es muy cumplidora y responsable, por eso entiendo bien su rabia - ¡Pero es que están fumando en nuestras narices, que el baño está puerta con puerta con la sala de profesores!, ¿y me dices que no se puede hacer nada?
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M. E. :
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Me temo que no, cuando salió la ley que prohibía fumar en cualquier zona de los edificios públicos yo estaba en el equipo directivo y llamé a Sanidad, pregunté si se podía poner alguna sanción económica a los alumnos que estuvieran fumando y me dijeron que no, que para eso tenía que haber alguien que perteneciera a Sanidad y coger al alumno o alumna con el cigarrillo en la mano, que de no ser así no se podría multar; le pregunté si podríamos amenazar con multas y me contestó que nosotros veríamos, pero que no las podríamos aplicar.
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L. :
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Es increíble que nos tengamos que quedar de brazos cruzados.
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E. :
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Yo no pienso meterme en el baño a ver quién fuma y quién no - Elena es profesora de francés y ha llegado en mitad de la conversación.
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C. :
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Además, para eso tendríamos que estar con ellas – es Claudia, de lengua, también tenía guardia de patio.
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M. E. :
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Si, estar dentro del baño y que entrasen de una en una.
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C. :
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Mira solo nos faltaba eso
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L. :
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Es como el otro día, que me voy a una actividad en Zaragoza y me dice una alumna; “pero yo puedo fumar allí”. Le contesto que no, que es como estar en el instituto y me salta: “¿me vas a prohibir fumar en la calle, o qué?”, le digo que sí y me llama la madre al día siguiente comentándome que cómo le voy a prohibir a su hija fumar en la calle, que ya es mayor y que ella le deja. Tiene narices, no ha llamado a preguntar por los dos suspensos y sí para reclamarme que su hija fume.
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C. :
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¡Es increíble!
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E. :
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Hemos perdido el norte.
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C. :
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Así no se puede trabajar, estamos atados, por una parte los chicos, por otra los padres, es imposible.
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L. :
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María Eugenia, ¿de verdad me dices que no se puede hacer nada?
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Me encojo de hombros, no es un gesto de resignación sino de aceptación de una realidad.
Me duele ver a mis compañeras llenas de impotencia y frustración, me duele sobre todo, porque las entiendo y comparto sus puntos de vista, pero los años me han hecho comprender que “lo que no se puede no se puede y además es imposible”, y si a una madre o a un padre le parece más importante que su hija o hijo fumen que el hecho de lograr una formación que les permita un mejor futuro profesional, pues es así y no se puede cambiar; todos tenemos prioridades y las de los padres de nuestros alumnos son, en muchas ocasiones, diferentes a las nuestras.
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