24 abril 2012

¡Que me enfado mucho!


Paso una encuesta a los alumnos al final de cada trimestre para que me den su opinión sobre las actividades que realizamos, a veces sugieren alternativas o juegos interesantes para profundizar y mejorar las sesiones. También les pregunto por mí. Como la encuesta es anónima suelen ser sinceros; esta vez, y no es la primera, me dicen que cuando me enfado me enfado del todo, que grito mucho cuando me enfado, que me enfado por poca cosa,…

Hoy he abierto el gimnasio y he dicho a 2º C que entren para darles los exámenes y las notas de la evaluación. Dos alumnos que no vinieron el día del examen escrito me proponen hacerlo en ese momento, acepto y pido al resto de la clase que esperen un momento. Llevo con el profesor de guardia a los del examen.

Al regresar, entro y todos están hablando, gritando, riéndose, haciendo ruidos varios, cogiéndose del cuello, saltando unos sobre otros. Los miro y espero a que se callen, al menos a que bajen bastante el tono de voz y se paren. Espero. Pasados un par de minutos uno grita:”que os calléis, que la María Eugenia nos está esperando”, después del grito y el “la” dudo si era mejor el barullo. Bajan el volumen, les doy los buenos días, entrego los exámenes, les pido que miren las rectificaciones y si no están de acuerdo con algo me lo digan al final porque primero voy a comentar las respuestas acertadas.

Empiezo con el primer examen (hay dos, “Gandalf” y “Saruman”) y más o menos en la tercera respuesta ya tengo que levantar la voz: “por favor, ¿bajáis un poco el volumen?” Baja un poco la contaminación acústica, sigo. Al cambiar de examen tengo que volver a llamarles la atención y les digo: “cuando termine, los que no tenéis nada que reclamar dejáis el examen sobre el plinto y los que sí, hacéis una fila y me comentáis las dudas”. Acto seguido tengo cuatro o cinco personas levantadas con el papel en la mano y hablando en voz alta.
M. E. - “¿Pero qué hacéis?”
Alumno – “¿No has dicho que los dejemos ahí?”
M. E. – “Si, pero cuando yo acabe de dar las respuestas válidas”
Otra alumna – “¡Ah!, pero el mío ya lo has dicho”
M. E. – “Por favor, a todos, sentaros hasta que acabe de explicar y luego os movéis, ¿vale?”

Sigo, consigo terminar, y hay cuatro chicos que reclaman mi atención. Al empezar a escuchar las dudas del primero me doy cuenta de que me cuesta entenderle, pido en voz muy alta que bajen el volumen porque no oigo al compañero y sigo con él. Consigo terminar de aclarar las dudas; paso al segundo y los gritos vuelven a impedirme escucharle.
M. E. – “¡¡BASTA!! 

Me miran, los miro y veo uno trepando por las espalderas, dos cogidos del cuello – les miro seria y se sueltan -, dos más empujándose – igual -, tres chicas tumbadas en las colchonetas como si estuvieran en la piscina – igual -, el de la espaldera baja “motu proprio”.

M. E. - “Todos sentados, ya está bien. – lo digo muy seria, sé que con esta cara no se atreven a rechistar - ¡Es increíble!, me decís en las encuestas que me enfado mucho, que grito, ¿pero cómo no me voy a enfadar?, ¿os habéis visto?, llevamos diez minutos de clase y os he tenido que llamar la atención 4 veces. Se supone que todos tenéis trece o más años y os tengo que tratar como a críos de 4. ¿Os parece normal?, pues a mí no; que para poder comentar las respuestas del examen tenga que parar dos veces para que os calléis no es normal, que esté hablando con vuestros compañeros y os tenga que pedir que os calléis porque no les escucho no es normal y que os comportéis como si estuvierais en la peña el día de las fiestas tampoco, esto es una clase y aquí se viene a aprender y a aprovechar el tiempo, ¿queda claro?”
Puedo terminar de explicar a los de las dudas, salimos fuera y jugamos.

No puedo evitar sentirme incómoda, ¡que me enfado mucho!, ¿pero qué pretenden?, ¿que consienta estas actitudes?.

17 abril 2012

Curro es nuevo


Estrella, la profe de mates, me pide que intervenga en una de sus clases, tiene a los alumnos mezclados de varios grupos (por el tema de optativas) y se ha dado cuenta de que la niña nueva no se integra en absoluto, (Verónica, acaba de llegar de Colombia, su nivel es algo bajo, tiene mucho acento y un color de piel bronceado que llama la atención en esta época del año) Se sienta apartada, nadie habla con ella, ella no habla con nadie y cuando interviene es peor porque se ríen. Estrella les recrimina pero sabe que eso no basta porque la situación se ha repetido varias veces.
La casualidad hace que me toque guardia con ellos. Llego al aula, paso lista, veo que no está Verónica y empiezo a tramar una encerrona. Me preguntan qué ha pasado y les explico que se le ha estropeado el coche a Estrella mientras venía a clase y se ha quedado tirada en la carretera. Comentarios, risas, bromas, (me encanta disfrutar de su ingenio); reclamo un poco de clama, sé que no tienen tareas y les propongo jugar, aceptan y escribo en la pizarra un nombre:
-          “Curro”, les pido que imaginen que ese nombre pertenece a un chico que acaba de llegar de Cádiz, “¿alguien ha estado allí?”,
-          “No”,
-          “¿Pero sabéis dónde está Cádiz?”,
-          “Sí, en Andalucía”,
-          “¿Lo situaríais en un mapa?” - caras de duda, de incógnita, expresiones indescifrables - “tranquilos no os lo voy a pedir, con Andalucía me conformaré, que igual lo estropeáis” - se ríen, nos reímos.
Sigo, “Curro es un chico de 15 años, moreno, tiene un problemilla de acné, algo de sobre- peso, además de un acento bastante marcado”, voy escribiendo palabras sueltas en la pizarra para que no se pierdan los datos en el aire. Me giro, les miro con un poco de picardía y les pregunto:
 -“¿Qué mote le pondríais?”,
        -“Bacón”
 Reconozco que no han sido muy ocurrentes, lo agradezco, pueden ser también muy hirientes. Escribo el mote junto al nombre y sigo.
Continúo con la historia, “Ha venido a Pedrola porque sus padres encontraron trabajo aquí. Ha dejado a su familia, sus amigos y una medio novia que tenía. Al llegar aquí, encuentra un grupo de chicos más o menos de su edad que le miran raro, que no le preguntan quién es, por qué está aquí, o cuándo ha venido,…, y pensándolo bien, mejor que no lo hagan porque hablan raro, muy deprisa y no se les entiende nada”.
Sonrío y les pregunto: “¿os habéis planteado que eso también les pasa a los que vienen de fuera?”, está claro que no. Estos muchachos son encantadores, pero están “poco viajados”, como mucho han ido a la capital. Añado:
        -“Yo he vivido en Albacete y Salamanca y os aseguro que el acento se nota, nosotros notamos el suyo y ellos el nuestro, eso es lo normal”.
Seguimos con Curro, “¿Cómo creéis que se siente?”,
-          “Mal”, les miro seria y alguien recuerda, “que bien y mal no existe”, le doy las gracias y repito la pregunta,
-          “Aburrido, solo, triste, nostálgico, fatal”.
-          “¿Fatal?”
-          “Es peor que mal y no está prohibido”, me río, tienen recursos.
-          “¿Qué creéis que pensará?”,
-          “Que se quiere volver a su casa”,
-          “Sí, pero aquí están sus padres, hay trabajo, tiene que elegir entre sus amigos y sus padres, no parece fácil”.
Se ponen serios y sigo: “claro que aquí pasa 6 horas al día rodeado de personas que no le hablan, que no le miran, y que se ríen de él cuando habla porque su acento es diferente”, les vuelvo a mirar, siguen serios, creo que empiezan a entender lo que quiero transmitirles. “Además el fin de semana no sale de casa, nadie le ha invitado a dar una vuelta, aquí no tiene ordenador, sólo puede conectarse con sus amigos un ratillo los sábados desde la ludoteca. Yo creo que piensa algo así como: “vaya mierda, sólo hablo con mis padres, en clase no me hablan, no me miran y se ríen de mí, son imbéciles, y esto tiene pinta de ser para rato, prefiero irme a Cádiz de nuevo, no veré a mis padres pero podré hablar con chicos de mi edad que no se rían de mí, que no me ignoren y que no me hagan sentir tan despreciado”.
Les observo,…silencio,…lo mantengo un poquito y luego les vuelvo a preguntar: “¿creéis que os sentiríais así si os pasara lo mismo?”; asienten con la cabeza o con la expresión. “¿Creéis que algo así puede pasar en este instituto?”, está claro que sí por cómo se miran entre ellos. “¿Podríamos hacer algo para mejorar situaciones como ésta?”.
Dejo la respuesta en el aire, entre bromas y discursos se pasó la hora.
Un mes más tarde Estrella me comenta que la clase está más relajada, que no se ríen de Verónica como al principio y que, a veces, le ayudan con los problemas.

10 abril 2012

Cómo decirlo



Es el segundo recreo del miércoles, vuelven a convivencia Jorge y Lidia. Me habían
contado que al hacer los grupos par bailar rock and roll tuvieron problemas con Fernando
y Andrés. Después del examen Fernando comentó a Luis que Lidia le caía muy mal,
que olía mal y que eso mismo lo pensaban todos los chicos de la clase y que por eso no
había ido a practicar el finde. Luis se lo comentó a Lidia y ella está muy afectada. Hace
dos años hubo problemas familiares, ella se quedó sin amigos y ante esta situación tiene
miedo a quedarse sola de nuevo.
Vienen a mí para ver qué se puede hacer. Les digo que una mediación sería perfecta,
pero es muy posible que Andrés y Fernando no quieran y si eso sucede le puede generar
problemas a Luis.
L. – “Ya, eso lo hemos pensado nosotros también, que luego le irán y le dirán cosas”.
M. E. – “Por eso. Pero a ti te molesta”.
L. – “No, a mi me da igual lo que diga Fernando”
M. E. –“Pero no lo que piensen los demás sobre lo que él diga”
L. – “No, eso no”, con un hilillo de voz.
Le pregunté qué sentía cuando se enfadaba, y respondió que ganas de llorar, rabia, nudo
en la garganta, se siente vulnerable, llega a decirme que cuando le dicen cosas desearía
poderse ir corriendo a casa, tiene miedo de quedarse sola otra vez.
M. E. – “¿Por qué le das tanto poder? – no entiende lo que le digo pero yo insisto - ¿por
qué él puede decir y tú te vas a casa?, ¿por qué tú no le puedes decir también a él?”
Con otro hilillo de voz me dice “no sé” y comprendo que es cierto, no sabe cómo afrontar
una situación así. El miedo la paraliza y ningunea, ¿quién es ella, tan pequeñita y poco
aceptada para decirle nada al resto del mundo? Tengo que intentar algo para que cambie
un poco su percepción de la realidad y se dé cuenta de que todos podemos hablar.
M. E. – “Ayer hablábamos de lo que pesa lo que no se dice, ¿lo recuerdas?- asiente con
la cabeza - Bien, ahora imagina que tus amigos no te van a dejar, que jamás te darán de
lado. ¿Te sentirías mejor? – de nuevo asiente con la cabeza - ¿te atreverías entonces a
decirle algo a Fernando?”
L. – “Me enfadaría mucho y le diría barbaridades”
M. E. – “Vale, pues díselas, imagina que yo soy Fernando, puedes decirme lo que quieras,
este es un lugar seguro y en este momento te doy permiso para decir lo que quieras, sin
ningún límite”.
L. – “Imbécil, idiota, feo, jil.., ca…, hijo de…, tú si que hueles mal, tú si que eres
imbécil,…” - y así muchos insultos, improperios y demás comentarios negativos, muy
negativos, lo siguiente a muy negativos. Al final se reía y añadió: “le dejaría sin palabras”
Necesitaba ese desahogo, pero yo no tengo claro que realmente decir un montón de
insultos y ofensas deje a nadie sin palabras, más bien hace que se enfurezcan y te digan
cosas que puedan herirte más profundamente. Intento algo nuevo.
M. E. – “¿Estás segura de que le dejarías sin palabras?, y si le dices: no me conoces,
ni te has molestado en intentarlo. Estás contado cosas de mí que seguramente te han
contado y no te ha importado saber si son verdad o mentira, pero las vas diciendo para
hacer daño, molestar, o quedar bien con tus amigos, y ¿sabes qué?, que yo tampoco te
conozco y ahora sé que no me apetece hacerlo porque personas como tú que se dedican
a hablar mal de otros sin conocerlos son personas que no me interesa que estén en mi
vida, así que intenta no hablar más de mí, te aseguro que yo en ti no voy a gastar ni una palabra. – la miré, sonreí al ver su expresión de asombro y le pregunté - ¿crees que ahora
le dejarías sin palabras?”
L. – “Si, así si”.
M. E. – “Pues repítemelo – y lo hizo, casi textualmente, ¡vaya memoria tienen cuando
quieren!, al terminar se reía de nuevo y le pregunté cómo se sentía.
L. – “Muy contenta”
M. E. – “Dilo otra vez”
Y Lidia lo repitió en voz más alta y con más entusiasmo.
M. E. – “¿Serías capaz de decirle algo así si se diera la situación?”
L. – “Ahora no”
M. E. – “No, claro, ahora no, pero si se diera la situación, ¿lo harías?”
L. – “Si”
M.E. – “Perfecto”
Sonreímos, sonó el timbre y nos fuimos cada uno a nuestra aula.

03 abril 2012

Lo que no se dice


Aparecen Jorge y Lidia por el aula de convivencia en el recreo del martes, saben que estoy allí y quieren compartir algo.
Estaban ensayando las coreografías para el examen de rock and roll y el grupo formado no funciona bien.
M. E. – “¿Cómo se formó el grupo?”
L. – “Pues éramos Jorge y yo con María y Luis y se nos incluyeron Fernando y Andrés que se habían quedado sin grupo, y les dijimos que sí por no dejarlos solos y que tuvieran un grupo para bailar”.
J. – “Pero nosotros nos llevábamos mejor solos, con ellos…” - lo deja colgado mientras mueve la cabeza diciendo que no.
L. – “Al principio iba bien porque teníamos cosas pensadas, pero ellos decían a todo que no, sobre todo Andrés”.
J. – “El problema fue que no quisieron venir a los ensayos la semana pasada y…”
M. E. – “¿Y…?” – no me gusta presuponer, hace ya tiempo comprobé que no tengo una bola de cristal y no leo la mente de nadie.
J. – “Pues eso, que mal”.
L. – “Que nosotros cuatro ensayamos y ellos no y, claro, no se aprendieron los pasos y no les salía bien”.
Hablaban con un ritmo lento, les costaba sacar el problema fuera, resultaban contradictorios. Estaba claro que habían venido a compartir algo, pero lo contaban con  reparo, preferí dejarles a su ritmo para que ganaran confianza.
J. – “Este finde dijimos de quedar y no vinieron”.
L. – “No vinieron porque no quisieron. Fernando dijo que no quería porque se iba con sus amigos y Andrés dijo que tenía cosas mejores que hacer”.
J. – “Y, claro, ahora la cosa está mal entre nosotros”.
Había escuchado todo esperando encontrar las claves de aquella situación, el recreo es corto y no hay mucho tiempo. Ahora tenía claras dos cosas, a ellos les apetecía sacar adelante la coreografía pero no se atrevían a comentar abiertamente los problemas en el grupo; afronté lo segundo.
M. E. – “Parece que tenéis un problema, creo que no os lleváis bien con Fernando y Andrés, os molesta que no acudan a los ensayos, pero ¿se lo habéis dicho?”
L. – “Es que…, no queremos tener más follones”.
M. E. – “Pero, cuando algo no se dice pero está ahí, se nota en el ambiente”.
J. – “Más bien se corta” – y hacía la tijera con los dedos mientras ponía cara de dificultad.
M. E. – “Exacto, ¿de verdad creéis que es mejor no decir nada?”
Suspiran, está claro que me dan la razón, pero ellos no saben cómo decirlo sin tener follones.
M. E. – “¿Cómo os sentisteis cuando os dieron plantón el finde? – Hice un gesto con la mano para pararles – Recordad que bien y mal están prohibidos”.
L. – “No se”.
M. E. – “¿Fastidiada?, ¿molesta?, ¿enfadada?”
L. – “Si, un poco de todo”.
M. E. – “Pero no les dijisteis nada”
L. – “No”
Jorge contesta moviendo la cabeza.
M. E. – “Creo que el problema está en lo que no habéis dicho. Todo se puede decir, se aprende cómo hacerlo”. Les miro y continúo. “¿Por qué no les dijisteis que preferíais quedaros solos los cuatro?”
J. – “No sé”
M. E. – “¿Eso se pude hacer, no?”
J. – “Si, pero…”
L. – “No nos lo llegamos a plantear”
M. E. – “¿Por qué?”
Silencio, caritas de “no tengo la menor idea”. Comentamos que hubiera sido lo mejor, pero que no se hizo, como tampoco se habló de los problemas. Lo que no se dice queda en el ambiente y hace “que se pueda cortar”.
Suena el timbre, nos miramos, “¿Volvéis mañana y continuamos?”
J. - “Vale”,
M. E. - “¿Vais a pensar en lo que hemos hablado?
L. - “Sí, la verdad es que no decir las cosas es peor”
M. E. - “Hasta mañana, entonces”.

EL CONFLICTO - 5 La lucha de poder (globos)

Al hablar de conflicto con el alumnado les pongo un ejemplo:  Imaginad que llego a clase y le digo a mi amiga, "mira qué zapatillas más...