Paso
una encuesta a los alumnos al final de cada trimestre para que me den su
opinión sobre las actividades que realizamos, a veces sugieren alternativas o
juegos interesantes para profundizar y mejorar las sesiones. También les
pregunto por mí. Como la encuesta es anónima suelen ser sinceros; esta vez, y
no es la primera, me dicen que cuando me enfado me enfado del todo, que grito
mucho cuando me enfado, que me enfado por poca cosa,…
Hoy
he abierto el gimnasio y he dicho a 2º C que entren para darles los exámenes y
las notas de la evaluación. Dos alumnos que no vinieron el día del examen
escrito me proponen hacerlo en ese momento, acepto y pido al resto de la clase
que esperen un momento. Llevo con el profesor de guardia a los del examen.
Al
regresar, entro y todos están hablando, gritando, riéndose, haciendo ruidos
varios, cogiéndose del cuello, saltando unos sobre otros. Los miro y espero a
que se callen, al menos a que bajen bastante el tono de voz y se paren. Espero.
Pasados un par de minutos uno grita:”que
os calléis, que la María Eugenia nos está esperando”, después del grito y el “la” dudo si era mejor el barullo. Bajan el volumen, les doy los
buenos días, entrego los exámenes, les pido que miren las rectificaciones y si
no están de acuerdo con algo me lo digan al final porque primero voy a comentar
las respuestas acertadas.
Empiezo
con el primer examen (hay dos, “Gandalf” y “Saruman”) y más o menos en la
tercera respuesta ya tengo que levantar la voz: “por favor, ¿bajáis un poco el volumen?” Baja un poco la
contaminación acústica, sigo. Al cambiar de examen tengo que volver a llamarles
la atención y les digo: “cuando termine,
los que no tenéis nada que reclamar dejáis el examen sobre el plinto y los que
sí, hacéis una fila y me comentáis las dudas”. Acto seguido tengo cuatro o
cinco personas levantadas con el papel en la mano y hablando en voz alta.
M.
E. - “¿Pero qué hacéis?”
Alumno
– “¿No has dicho que los dejemos ahí?”
M.
E. – “Si, pero cuando yo acabe de dar las respuestas válidas”
Otra
alumna – “¡Ah!, pero el mío ya lo has dicho”
M.
E. – “Por favor, a todos, sentaros hasta que acabe de explicar y luego os
movéis, ¿vale?”
Sigo,
consigo terminar, y hay cuatro chicos que reclaman mi atención. Al empezar a
escuchar las dudas del primero me doy cuenta de que me cuesta entenderle, pido
en voz muy alta que bajen el volumen porque no oigo al compañero y sigo con él.
Consigo terminar de aclarar las dudas; paso al segundo y los gritos vuelven a
impedirme escucharle.
M.
E. – “¡¡BASTA!!
Me
miran, los miro y veo uno trepando por las espalderas, dos cogidos del cuello –
les miro seria y se sueltan -, dos más empujándose – igual -, tres chicas
tumbadas en las colchonetas como si estuvieran en la piscina – igual -, el de
la espaldera baja “motu proprio”.
M.
E. - “Todos sentados, ya está bien. – lo digo muy seria, sé que con esta cara
no se atreven a rechistar - ¡Es increíble!, me decís en las encuestas que me
enfado mucho, que grito, ¿pero cómo no me voy a enfadar?, ¿os habéis visto?,
llevamos diez minutos de clase y os he tenido que llamar la atención 4 veces. Se
supone que todos tenéis trece o más años y os tengo que tratar como a críos de
4. ¿Os parece normal?, pues a mí no; que para poder comentar las respuestas del
examen tenga que parar dos veces para que os calléis no es normal, que esté
hablando con vuestros compañeros y os tenga que pedir que os calléis porque no
les escucho no es normal y que os comportéis como si estuvierais en la peña el
día de las fiestas tampoco, esto es una clase y aquí se viene a aprender y a
aprovechar el tiempo, ¿queda claro?”
Puedo
terminar de explicar a los de las dudas, salimos fuera y jugamos.
No
puedo evitar sentirme incómoda, ¡que me enfado mucho!, ¿pero qué pretenden?, ¿que
consienta estas actitudes?.