Aparecen
Jorge y Lidia por el aula de convivencia en el recreo del martes, saben que
estoy allí y quieren compartir algo.
Estaban
ensayando las coreografías para el examen de rock and roll y el grupo formado
no funciona bien.
M.
E. – “¿Cómo se formó el grupo?”
L.
– “Pues éramos Jorge y yo con María y Luis y se nos incluyeron Fernando y
Andrés que se habían quedado sin grupo, y les dijimos que sí por no dejarlos
solos y que tuvieran un grupo para bailar”.
J.
– “Pero nosotros nos llevábamos mejor solos, con ellos…” - lo deja colgado
mientras mueve la cabeza diciendo que no.
L.
– “Al principio iba bien porque teníamos cosas pensadas, pero ellos decían a
todo que no, sobre todo Andrés”.
M.
E. – “¿Y…?” – no me gusta presuponer, hace ya tiempo comprobé que no tengo una
bola de cristal y no leo la mente de nadie.
J.
– “Pues eso, que mal”.
L.
– “Que nosotros cuatro ensayamos y ellos no y, claro, no se aprendieron los pasos
y no les salía bien”.
Hablaban
con un ritmo lento, les costaba sacar el problema fuera, resultaban contradictorios.
Estaba claro que habían venido a compartir algo, pero lo contaban con reparo, preferí dejarles a su ritmo para que
ganaran confianza.
J.
– “Este finde dijimos de quedar y no vinieron”.
L.
– “No vinieron porque no quisieron. Fernando dijo que no quería porque se iba
con sus amigos y Andrés dijo que tenía cosas mejores que hacer”.
J.
– “Y, claro, ahora la cosa está mal entre nosotros”.
Había
escuchado todo esperando encontrar las claves de aquella situación, el recreo
es corto y no hay mucho tiempo. Ahora tenía claras dos cosas, a ellos les
apetecía sacar adelante la coreografía pero no se atrevían a comentar
abiertamente los problemas en el grupo; afronté lo segundo.
M.
E. – “Parece que tenéis un problema, creo que no os lleváis bien con Fernando y
Andrés, os molesta que no acudan a los ensayos, pero ¿se lo habéis dicho?”
L.
– “Es que…, no queremos tener más follones”.
M.
E. – “Pero, cuando algo no se dice pero está ahí, se nota en el ambiente”.
J.
– “Más bien se corta” – y hacía la tijera con los dedos mientras ponía cara de dificultad.
M.
E. – “Exacto, ¿de verdad creéis que es mejor no decir nada?”
Suspiran,
está claro que me dan la razón, pero ellos no saben cómo decirlo sin tener
follones.
M.
E. – “¿Cómo os sentisteis cuando os dieron plantón el finde? – Hice un gesto
con la mano para pararles – Recordad que bien y mal están prohibidos”.
L.
– “No se”.
M.
E. – “¿Fastidiada?, ¿molesta?, ¿enfadada?”
L.
– “Si, un poco de todo”.
M.
E. – “Pero no les dijisteis nada”
L.
– “No”
Jorge
contesta moviendo la cabeza.
M.
E. – “Creo que el problema está en lo que no habéis dicho. Todo se puede decir,
se aprende cómo hacerlo”. Les miro y continúo. “¿Por qué no les dijisteis que
preferíais quedaros solos los cuatro?”
J.
– “No sé”
M.
E. – “¿Eso se pude hacer, no?”
J.
– “Si, pero…”
L.
– “No nos lo llegamos a plantear”
M.
E. – “¿Por qué?”
Silencio,
caritas de “no tengo la menor idea”. Comentamos que hubiera sido lo mejor, pero
que no se hizo, como tampoco se habló de los problemas. Lo que no se dice queda
en el ambiente y hace “que se pueda cortar”.
Suena
el timbre, nos miramos, “¿Volvéis mañana y continuamos?”
J.
- “Vale”,
M.
E. - “¿Vais a pensar en lo que hemos hablado?
L.
- “Sí, la verdad es que no decir las cosas es peor”
M.
E. - “Hasta mañana, entonces”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario