10 abril 2012

Cómo decirlo



Es el segundo recreo del miércoles, vuelven a convivencia Jorge y Lidia. Me habían
contado que al hacer los grupos par bailar rock and roll tuvieron problemas con Fernando
y Andrés. Después del examen Fernando comentó a Luis que Lidia le caía muy mal,
que olía mal y que eso mismo lo pensaban todos los chicos de la clase y que por eso no
había ido a practicar el finde. Luis se lo comentó a Lidia y ella está muy afectada. Hace
dos años hubo problemas familiares, ella se quedó sin amigos y ante esta situación tiene
miedo a quedarse sola de nuevo.
Vienen a mí para ver qué se puede hacer. Les digo que una mediación sería perfecta,
pero es muy posible que Andrés y Fernando no quieran y si eso sucede le puede generar
problemas a Luis.
L. – “Ya, eso lo hemos pensado nosotros también, que luego le irán y le dirán cosas”.
M. E. – “Por eso. Pero a ti te molesta”.
L. – “No, a mi me da igual lo que diga Fernando”
M. E. –“Pero no lo que piensen los demás sobre lo que él diga”
L. – “No, eso no”, con un hilillo de voz.
Le pregunté qué sentía cuando se enfadaba, y respondió que ganas de llorar, rabia, nudo
en la garganta, se siente vulnerable, llega a decirme que cuando le dicen cosas desearía
poderse ir corriendo a casa, tiene miedo de quedarse sola otra vez.
M. E. – “¿Por qué le das tanto poder? – no entiende lo que le digo pero yo insisto - ¿por
qué él puede decir y tú te vas a casa?, ¿por qué tú no le puedes decir también a él?”
Con otro hilillo de voz me dice “no sé” y comprendo que es cierto, no sabe cómo afrontar
una situación así. El miedo la paraliza y ningunea, ¿quién es ella, tan pequeñita y poco
aceptada para decirle nada al resto del mundo? Tengo que intentar algo para que cambie
un poco su percepción de la realidad y se dé cuenta de que todos podemos hablar.
M. E. – “Ayer hablábamos de lo que pesa lo que no se dice, ¿lo recuerdas?- asiente con
la cabeza - Bien, ahora imagina que tus amigos no te van a dejar, que jamás te darán de
lado. ¿Te sentirías mejor? – de nuevo asiente con la cabeza - ¿te atreverías entonces a
decirle algo a Fernando?”
L. – “Me enfadaría mucho y le diría barbaridades”
M. E. – “Vale, pues díselas, imagina que yo soy Fernando, puedes decirme lo que quieras,
este es un lugar seguro y en este momento te doy permiso para decir lo que quieras, sin
ningún límite”.
L. – “Imbécil, idiota, feo, jil.., ca…, hijo de…, tú si que hueles mal, tú si que eres
imbécil,…” - y así muchos insultos, improperios y demás comentarios negativos, muy
negativos, lo siguiente a muy negativos. Al final se reía y añadió: “le dejaría sin palabras”
Necesitaba ese desahogo, pero yo no tengo claro que realmente decir un montón de
insultos y ofensas deje a nadie sin palabras, más bien hace que se enfurezcan y te digan
cosas que puedan herirte más profundamente. Intento algo nuevo.
M. E. – “¿Estás segura de que le dejarías sin palabras?, y si le dices: no me conoces,
ni te has molestado en intentarlo. Estás contado cosas de mí que seguramente te han
contado y no te ha importado saber si son verdad o mentira, pero las vas diciendo para
hacer daño, molestar, o quedar bien con tus amigos, y ¿sabes qué?, que yo tampoco te
conozco y ahora sé que no me apetece hacerlo porque personas como tú que se dedican
a hablar mal de otros sin conocerlos son personas que no me interesa que estén en mi
vida, así que intenta no hablar más de mí, te aseguro que yo en ti no voy a gastar ni una palabra. – la miré, sonreí al ver su expresión de asombro y le pregunté - ¿crees que ahora
le dejarías sin palabras?”
L. – “Si, así si”.
M. E. – “Pues repítemelo – y lo hizo, casi textualmente, ¡vaya memoria tienen cuando
quieren!, al terminar se reía de nuevo y le pregunté cómo se sentía.
L. – “Muy contenta”
M. E. – “Dilo otra vez”
Y Lidia lo repitió en voz más alta y con más entusiasmo.
M. E. – “¿Serías capaz de decirle algo así si se diera la situación?”
L. – “Ahora no”
M. E. – “No, claro, ahora no, pero si se diera la situación, ¿lo harías?”
L. – “Si”
M.E. – “Perfecto”
Sonreímos, sonó el timbre y nos fuimos cada uno a nuestra aula.

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