Estrella,
la profe de mates, me pide que intervenga en una de sus clases, tiene a los
alumnos mezclados de varios grupos (por el tema de optativas) y se ha dado
cuenta de que la niña nueva no se integra en absoluto, (Verónica, acaba de
llegar de Colombia, su nivel es algo bajo, tiene mucho acento y un color de
piel bronceado que llama la atención en esta época del año) Se sienta apartada,
nadie habla con ella, ella no habla con nadie y cuando interviene es peor
porque se ríen. Estrella les recrimina pero sabe que eso no basta porque la
situación se ha repetido varias veces.
La
casualidad hace que me toque guardia con ellos. Llego al aula, paso lista, veo
que no está Verónica y empiezo a tramar una encerrona. Me preguntan qué ha
pasado y les explico que se le ha estropeado el coche a Estrella mientras venía
a clase y se ha quedado tirada en la carretera. Comentarios, risas, bromas, (me
encanta disfrutar de su ingenio); reclamo un poco de clama, sé que no tienen
tareas y les propongo jugar, aceptan y escribo en la pizarra un nombre:
-
“Curro”, les
pido que imaginen que ese nombre pertenece a un chico que acaba de llegar de
Cádiz, “¿alguien ha estado allí?”,
-
“No”,
-
“¿Pero sabéis
dónde está Cádiz?”,
-
“Sí, en
Andalucía”,
-
“¿Lo
situaríais en un mapa?” - caras de duda, de incógnita, expresiones
indescifrables - “tranquilos no os lo voy a pedir, con Andalucía me conformaré,
que igual lo estropeáis” - se ríen, nos reímos.
Sigo,
“Curro es un chico de 15 años, moreno, tiene un problemilla de acné, algo de
sobre- peso, además de un acento bastante marcado”, voy escribiendo palabras
sueltas en la pizarra para que no se pierdan los datos en el aire. Me giro, les
miro con un poco de picardía y les pregunto:
-“¿Qué mote
le pondríais?”,
-“Bacón”
Reconozco que no han sido muy ocurrentes, lo
agradezco, pueden ser también muy hirientes. Escribo el mote junto al nombre y
sigo.
Continúo
con la historia, “Ha venido a Pedrola porque sus padres encontraron trabajo
aquí. Ha dejado a su familia, sus amigos y una medio novia que tenía. Al llegar
aquí, encuentra un grupo de chicos más o menos de su edad que le miran raro,
que no le preguntan quién es, por qué está aquí, o cuándo ha venido,…, y
pensándolo bien, mejor que no lo hagan porque hablan raro, muy deprisa y no se
les entiende nada”.
Sonrío
y les pregunto: “¿os habéis planteado que eso también les pasa a los que vienen
de fuera?”, está claro que no. Estos muchachos son encantadores, pero están
“poco viajados”, como mucho han ido a la capital. Añado:
-“Yo he vivido en Albacete y Salamanca
y os aseguro que el acento se nota, nosotros notamos el suyo y ellos el
nuestro, eso es lo normal”.
Seguimos
con Curro, “¿Cómo creéis que se siente?”,
-
“Mal”, les
miro seria y alguien recuerda, “que bien y mal no existe”, le doy las gracias y
repito la pregunta,
-
“Aburrido,
solo, triste, nostálgico, fatal”.
-
“¿Fatal?”
-
“Es peor que
mal y no está prohibido”, me río, tienen recursos.
-
“¿Qué creéis
que pensará?”,
-
“Que se quiere
volver a su casa”,
-
“Sí, pero aquí
están sus padres, hay trabajo, tiene que elegir entre sus amigos y sus padres,
no parece fácil”.
Se
ponen serios y sigo: “claro que aquí pasa 6 horas al día rodeado de personas
que no le hablan, que no le miran, y que se ríen de él cuando habla porque su
acento es diferente”, les vuelvo a mirar, siguen serios, creo que empiezan a
entender lo que quiero transmitirles. “Además el fin de semana no sale de casa,
nadie le ha invitado a dar una vuelta, aquí no tiene ordenador, sólo puede
conectarse con sus amigos un ratillo los sábados desde la ludoteca. Yo creo que
piensa algo así como: “vaya mierda, sólo
hablo con mis padres, en clase no me hablan, no me miran y se ríen de mí, son
imbéciles, y esto tiene pinta de ser para rato, prefiero irme a Cádiz de nuevo,
no veré a mis padres pero podré hablar con chicos de mi edad que no se rían de
mí, que no me ignoren y que no me hagan sentir tan despreciado”.
Les
observo,…silencio,…lo mantengo un poquito y luego les vuelvo a preguntar: “¿creéis
que os sentiríais así si os pasara lo mismo?”; asienten con la cabeza o con la
expresión. “¿Creéis que algo así puede pasar en este instituto?”, está claro
que sí por cómo se miran entre ellos. “¿Podríamos hacer algo para mejorar
situaciones como ésta?”.
Dejo
la respuesta en el aire, entre bromas y discursos se pasó la hora.
Un
mes más tarde Estrella me comenta que la clase está más relajada, que no se
ríen de Verónica como al principio y que, a veces, le ayudan con los problemas.
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