17 abril 2012

Curro es nuevo


Estrella, la profe de mates, me pide que intervenga en una de sus clases, tiene a los alumnos mezclados de varios grupos (por el tema de optativas) y se ha dado cuenta de que la niña nueva no se integra en absoluto, (Verónica, acaba de llegar de Colombia, su nivel es algo bajo, tiene mucho acento y un color de piel bronceado que llama la atención en esta época del año) Se sienta apartada, nadie habla con ella, ella no habla con nadie y cuando interviene es peor porque se ríen. Estrella les recrimina pero sabe que eso no basta porque la situación se ha repetido varias veces.
La casualidad hace que me toque guardia con ellos. Llego al aula, paso lista, veo que no está Verónica y empiezo a tramar una encerrona. Me preguntan qué ha pasado y les explico que se le ha estropeado el coche a Estrella mientras venía a clase y se ha quedado tirada en la carretera. Comentarios, risas, bromas, (me encanta disfrutar de su ingenio); reclamo un poco de clama, sé que no tienen tareas y les propongo jugar, aceptan y escribo en la pizarra un nombre:
-          “Curro”, les pido que imaginen que ese nombre pertenece a un chico que acaba de llegar de Cádiz, “¿alguien ha estado allí?”,
-          “No”,
-          “¿Pero sabéis dónde está Cádiz?”,
-          “Sí, en Andalucía”,
-          “¿Lo situaríais en un mapa?” - caras de duda, de incógnita, expresiones indescifrables - “tranquilos no os lo voy a pedir, con Andalucía me conformaré, que igual lo estropeáis” - se ríen, nos reímos.
Sigo, “Curro es un chico de 15 años, moreno, tiene un problemilla de acné, algo de sobre- peso, además de un acento bastante marcado”, voy escribiendo palabras sueltas en la pizarra para que no se pierdan los datos en el aire. Me giro, les miro con un poco de picardía y les pregunto:
 -“¿Qué mote le pondríais?”,
        -“Bacón”
 Reconozco que no han sido muy ocurrentes, lo agradezco, pueden ser también muy hirientes. Escribo el mote junto al nombre y sigo.
Continúo con la historia, “Ha venido a Pedrola porque sus padres encontraron trabajo aquí. Ha dejado a su familia, sus amigos y una medio novia que tenía. Al llegar aquí, encuentra un grupo de chicos más o menos de su edad que le miran raro, que no le preguntan quién es, por qué está aquí, o cuándo ha venido,…, y pensándolo bien, mejor que no lo hagan porque hablan raro, muy deprisa y no se les entiende nada”.
Sonrío y les pregunto: “¿os habéis planteado que eso también les pasa a los que vienen de fuera?”, está claro que no. Estos muchachos son encantadores, pero están “poco viajados”, como mucho han ido a la capital. Añado:
        -“Yo he vivido en Albacete y Salamanca y os aseguro que el acento se nota, nosotros notamos el suyo y ellos el nuestro, eso es lo normal”.
Seguimos con Curro, “¿Cómo creéis que se siente?”,
-          “Mal”, les miro seria y alguien recuerda, “que bien y mal no existe”, le doy las gracias y repito la pregunta,
-          “Aburrido, solo, triste, nostálgico, fatal”.
-          “¿Fatal?”
-          “Es peor que mal y no está prohibido”, me río, tienen recursos.
-          “¿Qué creéis que pensará?”,
-          “Que se quiere volver a su casa”,
-          “Sí, pero aquí están sus padres, hay trabajo, tiene que elegir entre sus amigos y sus padres, no parece fácil”.
Se ponen serios y sigo: “claro que aquí pasa 6 horas al día rodeado de personas que no le hablan, que no le miran, y que se ríen de él cuando habla porque su acento es diferente”, les vuelvo a mirar, siguen serios, creo que empiezan a entender lo que quiero transmitirles. “Además el fin de semana no sale de casa, nadie le ha invitado a dar una vuelta, aquí no tiene ordenador, sólo puede conectarse con sus amigos un ratillo los sábados desde la ludoteca. Yo creo que piensa algo así como: “vaya mierda, sólo hablo con mis padres, en clase no me hablan, no me miran y se ríen de mí, son imbéciles, y esto tiene pinta de ser para rato, prefiero irme a Cádiz de nuevo, no veré a mis padres pero podré hablar con chicos de mi edad que no se rían de mí, que no me ignoren y que no me hagan sentir tan despreciado”.
Les observo,…silencio,…lo mantengo un poquito y luego les vuelvo a preguntar: “¿creéis que os sentiríais así si os pasara lo mismo?”; asienten con la cabeza o con la expresión. “¿Creéis que algo así puede pasar en este instituto?”, está claro que sí por cómo se miran entre ellos. “¿Podríamos hacer algo para mejorar situaciones como ésta?”.
Dejo la respuesta en el aire, entre bromas y discursos se pasó la hora.
Un mes más tarde Estrella me comenta que la clase está más relajada, que no se ríen de Verónica como al principio y que, a veces, le ayudan con los problemas.

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