16 marzo 2017

¡Qué diferencia!

Estoy trabajando habilidades gimnásticas con los alumnos de 1º de ESO. Tengo una clase muy dispar, más de la mitad está compuesta por un grupo de chicos y chicas magníficos, participativos, alegres, con ganas de que les hagas una propuesta para seguirla, esos alumnos a los que califico como "un caramelico", para comérselos y disfrutar.

Pero por desgracia el resto de la clase son un grupo de alumnos, todos ellos chicos, sin ninguna gana de hacer nada con su vida y muchas ganas de fastidiar a quienes les rodean. Estoy segura de que detrás de esas actitudes de desprecio por todo y por todos hay una historia, unas vivencias poco agradables. Cuando una persona es feliz y vive en un entorno familiar, social, cultural, emocional,... agradable no se dedica a fastidiar al resto del mundo. Estas actitudes, en mi experiencia, responden a situaciones de frustración personal o a conductas aprendidas.
Sea cual sea el caso, la realidad es que en este grupo conviven dos realidades muy diferentes. En 1º de ESO los alumnos "normales" no tienen la fuerza ni la personalidad suficiente como para enfrentarse a los "molestos", sobretodo porque los segundos, los "molestos" son mayores en edad y tamaño.

El otro día se acercó a mi una niña de este grupo, Sara, (es una niña menudita, delgada, con una mirada que enamora porque busca la complicidad, desde una inocencia más propia de Primaria que de Secundaria) y me comentó que a una amiga suya que también viene a clase le insultan, la llaman gorda y cosas peores, que se lo dicen a diario. Es cierto que Ana es grande y con sobrepeso, pero no entiendo que se ceben con ella.
Recordé que uno de los días que hicimos saltos Ana me decía que le costaba mucho, pero me lo dice mientras me dedica la sonrisa más dulce que conozco, y solo pude animarla a que lo intentase; le aseguré que le haría adaptaciones y ella aceptó, saltó, se tropezó y alguien hizo un comentario, no entendí lo que decía, pero a Ana se le enrasaron los ojos y no quiso seguir haciendo la clase.
Le permití que se sentara un ratito, comprendo su dolor, su profundo dolor.
Me acerqué al grupo y les dije que estábamos ahí para aprender a mover nuestro cuerpo, para conocerlo y ganar confianza en nosotros mismos y que debíamos apoyarnos unos a otros en vez de hacer comentarios que causan dolor a otras personas, que nadie es más que nadie y que reírse de los compañeros para menospreciarlos y causarles daño, solo demuestra que quien lo hace no es buena persona. En ese momento un alumno, también con sobrepeso, hizo una mueca como pensando, "otra pesada con lo mismo" e intuí que había sido él quien hizo el comentario en ese momento y en otros muchos. Al final de la clase Sara me confirmó que era él quien más cosas le decía a Ana, no solo él, pero sobretodo él.

Tengo pendiente una intervención, pero la vida no me da para más y con el horario tan lleno, los huecos para los padres de mi tutoría y las actividades que estoy haciendo en FPB y en CCFF no tengo más horas. Pero la semana que viene quiero intentarlo, estoy maquinando unas dinámicas que nos ayudarán, o eso espero. Si no funcionan buscaré otras, no pienso rendirme.
Hoy no estaba el chico con sobrepeso que molesta a Ana, no estaban tres de los alumnos menos participativos y que más distorsionan el desarrollo de la clase. Hoy todos hemos disfrutado, hemos aprendido, practicado, compartido. Hoy Ana ha participado con otra alumna que también tiene sobrepeso, en todas las actividades; se han apoyado una a la otra, se han reído, han disfrutado de la clase y con la clase.
Ha habido un momento en el que me he parado a mirarlas antes de acercarme a echarles una mano, y me ha emocionado ver su complicidad, sus sonrisas, las bromas, la forma en que se movían, cómo hablaban. Casi me ha costado acercarme no quería romper ese tiempo feliz.

¡Qué suerte haber tenido este día!, ¡qué diferencia cuando todos nos apoyamos en vez de machacarnos!

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