31 enero 2016

Esos dragones

En este curso hemos vuelto a repetir la actividad llamada "dragones a la mazmorra", en ella intentamos trabajar un poco la rabia, la ira, el enfado. La ofrecemos a 2º de ESO y después a 1º.

En la primera tanda, como siempre, vinieron muchos chicos y chicas, pero como dura una semana siempre hay un pequeño baile de personajes que no tengo problema en admitir. Si alguien el segundo día se cansa y no vuelve a aparecer, lo permito, si lo veo por los pasillos suelo preguntarles qué ha pasado, pero sin presión, solo con curiosidad; la mayor parte de las veces me cuentan que no entienden o que se aburren, les digo que lo siento y que si lo vuelvo a ofertar pueden volver si lo desean.

Este año vinieron a la convocatoria de 2º dos chicos que habían hecho la del curso pasado en 1º, en realidad repetimos lo del curso pasado con cambios en los ejemplos a trabajar. 

Participó Daniel, un muchacho que el curso pasado sufrió casi acoso, había tres compañeros que se metían con él. Daniel es un chico grande físicamente, muy alto para su edad, con gafas, dulce, tierno, sin maneras femeninas, pero muy sensible, algo infantil y cariñoso, además inseguro, ésto último es el origen de la mayoría de los males de estos muchachos, dudan de ellos mismos, de su criterio, de lo que piensan o sienten, y esta actitud les aboca a creer que son los otros quienes tienen la razón, los poseedores de la verdad, que si le dicen tal o cual cosa es porque es así, es cierto y ellos se lo merecen.

Pero Daniel vino a los dragones este curso, dibujó su dragón cuan está libre, expresó su rabia con intensidad, como todos los demás. Cuando terminamos la semana y conseguimos encerrar al dragón en la mazmorra y cerramos la puerta con llave, volvemos a dibujar nuestra rabia, nuestro interior. Me encanta ver la evolución, desde el fuego, el descontrol y el color negro, pasamos a la llave que nos ha dado el control de la rabia, al corazón que vibra entre las llamas de la rabia y las va transformando, a una cueva llena de antorchas y con una puerta pequeña al fondo, donde había un chico esperando a atravesarla. Este último dibujo me lo regaló Daniel, le pregunté qué significaba y me comentó que ahora la luz estaba presente, que había dos antorchas grandes porque había encontrado la puerta de salida y estaba seguro de que podría llegar a ella y salir.


Me emocioné, yo sabía lo que significaba, pero deseaba estar segura de que él también había comprendido lo que le contaba su subconsciente; le dí la enhorabuena y enfaticé sobre lo conseguido, había pasado de ser un niño asustado a saber dónde quería ir, tener claro que iba allí y poner luz en su camino para no perderse, impresionante, genial.

Los dos estuvimos a punto de echarnos a llorar, creo que alguna lagrimilla se asomó al balcón sin atreverse a salir, sonreímos, nos dimos un abrazo y le animé a seguir, me miró como nunca antes, me miró seguro de él mismo.

Si con cada actividad conseguimos que haya un chico o una chica que crea en sí mismo, merecerá la pena seguir intentando cualquier actividad que ayude a los más inseguros a crecer y sonreír a la vida en vez de vivirla asustados.




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